diumenge, de setembre 03, 2006

El hombre de las pulgas


Hay domingos en que, como buen ingeniero industrial especializado en gestión, se requieren ver las cosas desde fuera, sin observar el detalle. Simplemente tu, la naturaleza, un paraje tranquilo, estar por encima de todo y tus problemas. El objetivo, está claro, sentirte por encima del bien y el mal, tomar decisiones y acabar disfrutando de la vista para bajar de la distancia a lo concreto sin tus problemas, con el alma tranquila y recordando que por encima del bien y del mal no está nadie, ni Dios (si existe), que a veces tiene un humor bastante funesto.

Esta tarde necesitaba romper con la rutina. He cogido las llaves del C3 y cabalgando sobre su grupa he llegado a Montjuich. Vistas de Barcelona muy buenas, sobretodo del hormiguero que supone el Puerto de Barcelona. Allí me ha sorprendido uno de esos momentos que tanto me gustan. He conocido a un ser fuera de lo común, ya sea por loco o por extravagante.

Me acercaba a una almena cuando un señor, sentado solo sobre el muro, me advierte que no vaya que hay pulgas. Immediatamente me han cogido picores desde los tobillos a las cejas. Hemos empezado a hablar. Es el jardinero del castillo, hombre de 49 años (cumple 50 este año), arquero, habitante del castillo (tiene una casa al lado de las instalaciones militares), con picaduras de pulgas y una gran soledad sobre sus hombros. Me ha mostrado la Santa Elena, lugar donde fusilaban a los republicanos al finalizar la Guerra Civil. Me ha mostrado el agujero de las balas en el suelo y me ha confesado que aunque la placa del Honorable President Companys está por la banda exterior de los muros, en realidad lo asesinaron en la interior, allí en la Santa Elena. Casi podía sentir ese escalofrío eléctrico que te recorre la columna al sentir a los muertos, sino fuera porque me picaban más las pulgas creadas en mi mente.

Al final al despedirnos, olvidé preguntarle el nombre. Para mi será el hombre de las pulgas